Editoriales

Integración latinoamericana: una terca tradición

Ph. Pixabay

Juan E. Notaro
Presidente Ejecutivo de FONPLATA - Banco de Desarrollo

Después de más de dos décadas trabajando en organizaciones internacionales, solo puedo reflexionar que, a pesar de lo mucho que se ha trabajado por la integración en América Latina, la mayoría en la región todavía se refiere a ella como un sueño, una aspiración, una utopía.

De hecho, si salimos a cualquier ciudad de América Latina a preguntarle a la gente en las calles sobre la integración, lo más probable es que obtengamos dos tipos de respuestas: las que mencionan algunos hitos históricos; o las que hablan de lo mucho que falta por hacer.

Y en ambos casos tienen razón. Se han dado en el continente pasos concretos y acuerdos muy ambiciosos entre países para avanzar hacia la integración; pero también es cierto que no estamos donde pensábamos que íbamos a estar.

Sin embargo, los actuales desafíos de la humanidad, y de América Latina en particular, como el COVID19, la desaceleración económica, y el cambio climático, me llevan a concluir que el afán de integración siempre ha estado allí como mucho más que una simple aspiración.

Para empezar, tenemos al día de hoy no menos de 15 organizaciones en la región que tienen entre sus objetivos principales la integración de nuestras naciones, muchas de ellas, además, aliadas con otras organizaciones de alcance global.

Algunos fundados a mediados del siglo pasado, otros alrededor de los 70, y otros más, a principios de este siglo, los organismos de integración han seguido existiendo y trabajando a pesar de conflictos, crisis económicas, epidemias y desastres naturales.

También han coexistido con gobiernos de distinto signo ideológico, con concepciones muy diferentes en cuanto a la organización del Estado, las prioridades nacionales y el manejo de la economía.

Al momento de escribir estas líneas, absolutamente todos los Estados que conforman América Latina y el Caribe, son miembros de al menos dos mecanismos de integración. Y algunos otros, verdaderos “campeones de la integración”, están afiliados a más de una docena de órganos.

Es cierto que los resultados de estos organismos han sido dispares. Y sería ingenuo poner la integración entre nuestros logros más destacados como región. Pero persisten la vocación integradora, y la conciencia sobre sus ventajas.

Según el informe elaborado por el BID, INTAL y Latinobarómetro,  “La tecno-integración de América Latina”, más del 70% de las personas en América Latina ven con buenos ojos la integración económica y están conscientes de sus beneficios. Mejor noticia aún, es que el porcentaje de apoyo es incluso más alto entre la gente joven.

La cifra es más baja cuando se habla sobre integración política, pero no deja de ser alentador que más de la mitad de los habitantes de la región (53%, de acuerdo con el estudio “La opinión de los latinoamericanos sobre democracia, instituciones e integración regional” realizado por las mismas organizaciones), la consideren positiva y necesaria.

El estudio también apunta a que, en general, los latinoamericanos percibimos los procesos de integración como oportunidades para mejorar la economía y como garantía de buenas prácticas de nuestros gobiernos.

Es decir, la integración es una forma más de mejorar la satisfacción con la democracia y la percepción sobre la situación económica. Y eso nos hace más proclives a apoyar la integración. Una clara secuencia de círculo virtuoso.

Y esto nos trae de vuelta a la situación actual. La crisis de salud pública ha significado una dura prueba para nuestros servicios de salud. Y los efectos negativos sobre las economías se sentirán durante muchos años.

Los resultados en nuestros países lidiando con la pandemia y sus efectos económicos han sido dispares, más allá de ideologías y estilos de gobierno. Con un común denominador, que ha sido el interés y la acción individual, donde naturalmente aquellos con más recursos tienen la oportunidad de correr con la mejor suerte. Un ejemplo claro de ello ha sido el acceso a insumos sanitarios y a las vacunas.  

A pesar de todo, la vocación de integración sigue allí. Como sueño, como plan, pero también como necesaria realidad cotidiana que nos eleve en este presente de desafíos: en las medidas para enfrentar el COVID19, las crisis migratorias, las consecuencias económicas de la pandemia. Todos temas en que compartimos una lucha y un destino.

Quizá nos quede todavía un camino largo para lograrla, pero cuenta con el respaldo de una población que aspira a más democracia y a economías más fuertes. Por eso, quienes trabajamos por hacerla realidad seguimos aquí, todos los días, persistiendo en esta terca tradición.

Texto publicado originalmente en la columna mensual de Juan E. Notaro en el Huffington Post.

19/06/2021

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