Editoriales

Las lecciones que deja el 2021

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Juan E. Notaro
Presidente Ejecutivo de FONPLATA - Banco de Desarrollo

A finales de 2020, escribía en estas páginas que el futuro que preveíamos a comienzos de ese año ya no sería como lo habíamos anticipado. La pandemia llegó para poner a prueba los sistemas de salud, las economías y la solidaridad de todo el mundo.

2021 será recordado como el año en el que, a causa de la pandemia, se hicieron todavía más evidentes las brechas entre los países industrializados y el mundo en desarrollo. Mientras en los primeros hay vacunas en abundancia para toda la población, en América Latina apenas a mediados de este año comenzaron a notarse avances.

El desafío para el mundo sigue siendo procurar una distribución más justa de los recursos y medidas de protección, sobre todo ahora que la pandemia comienza a desaparecer de los titulares, pero no de las vidas cotidianas de mucha gente.

Un aspecto positivo de la pandemia, quizá, es que nos hizo darnos cuenta de la necesidad de respuestas globales a problemas que nos afectan como especie, más allá de países, fronteras, e ideologías. El principal, sin duda, es el cambio climático.

Escribo estas líneas mientras se dan los últimos toques a la declaración final de la COP 26, la cumbre climática de Naciones Unidas donde se buscaron acuerdos para asegurar la sobrevivencia del planeta, pero que no ha estado a la altura de las expectativas.

La COP26, sin embargo, ocurre en un año que estuvo muy marcado por esa conciencia de la necesidad de una acción colectiva y valiente para adaptarse a los efectos del cambio climático y evitar que la temperatura promedio del planeta se eleve más allá de 1,5 °C.

A principios de año escribía, por ejemplo, que el desafío de darle de beber a los 8600 millones de personas que seremos en 2030. Un reto que requiere la protección de las fuentes de agua, pero también infraestructuras que resistan adecuadamente los efectos de eventos climáticos cada vez más frecuentes y devastadores.

Instancias como la Iniciativa de Instituciones Financieras para la Acción Climática buscan, precisamente, que esas necesidades de desarrollo cuenten con los mecanismos de financiación adecuados para que las amenazas del cambio climático se tengan en cuenta en todos los aspectos del negocio financiero.

Lo interesante y atractivo de esta propuesta es que invertir con la mirada puesta en el cambio climático, no solo es lo éticamente correcto, sino que puede ser también un buen negocio, y una forma de avanzar en corregir las desigualdades que agudizó la pandemia.

El 2021 nos ha enseñado también que el teletrabajo llegó para quedarse y eso requiere cambios en términos administración de los recursos humanos, pero también en términos de aprovechar el enorme potencial de los jóvenes, además del nada fácil desafío de superar la brecha digital entre hombres y mujeres, sobre todo las más vulnerables.

A pesar de lo mucho que queda por hacer, y de los obstáculos que hay que enfrentar para lograrlo, creo que el 2021 ha sido un año que ha dado pie a un moderado optimismo. Hay una conciencia creciente de los problemas que debemos enfrentar globalmente, y mucha gente trabajando en esa dirección.

Diría que la principal lección que nos queda es que retos como la pandemia y el cambio climático nos afectan a todos y exigen un esfuerzo coordinado (o al menos más coordinado que hasta ahora) para hacerles frente de forma efectiva.

Otra lección importante es que es posible cambiar de perspectiva. Las llamadas “finanzas verdes”, por ejemplo, hasta hace poco un “sueño” de unos pocos, son hoy una conjunción de sostenibilidad y rendimientos atractivos, y lo seguirán siendo.

Finalmente, nos dejó como lección, que hay otras formas de trabajar y de vivir. Y que las instituciones, las empresas y los gobiernos se van a tener que adaptar a ellas para retener al talento y sobrevivir a largo plazo.

Creo que no es un mal balance para un año que comenzó en medio de la incertidumbre, cuando apenas asomaban las primeras medidas contra la pandemia y con poca claridad sobre el futuro económico de muchas naciones.

Solo espero que asimilemos estas lecciones, y nos sirvan de base para seguir aprendiendo, y que en 2022 podemos pasar del optimismo moderado de hoy al optimismo a secas. Que así sea.

Texto publicado originalmente en la columna mensual de Juan E. Notaro en el Huffington Post.

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